Todos opinan y creen tener la razón, todos aman y cierran sus ojos,
todos piden auxilio en su soledad, todos hablan por obligación, todos trabajan por miedo, todos sienten.
Y mientras tanto: nadie se da cuenta de lo mucho que nos parecemos todos.
Y, mientras tanto, tengo la necesidad de alejarme para sentirme sola.
Hay días en los que tienes tanto que hacer que no sabes por donde empezar. De repente, buscando algo que te diga cómo sobrellevar mejor la vida, o algo nuevo que te diga cómo aprender a valorarte tal como eres, algo que pueda servirte para ahorrarte dolor… buscando, en definitiva, a alguien que pueda decirte cómo salir de este bosque que, cada vez, se oscurece más y más, decides presentarte a alguien que no conoces…
Vives el sueño más maravilloso de todos los sueños, sin saber que es un sueño, hasta que empiezas a darte cuenta de que, como en todos los sueños, hay algo absurdo e irreal algo que te ha hecho adoptar unas formas y sentimientos que anidaban, aletargados en lo más profundo de tu consciencia, que has vivido un instante fantástico y agradable, pero breve, como un rayo de luz en la noche. Sin embargo has podido percibirlo en toda su realidad y esplendor, tanto que te servirá, de eterna inspiración, como un apoyo en la vida para salir adelante.
Es tan triste darte cuenta de que disponemos de un tramo de existencia tan breve, que en cualquier momento, y de la manera más imprevista, el sueño eterno nos puede tomar entre sus brazos. Es tan triste darse cuenta de que para arreglar cada día el desorden tienes que empezar de cero. Que no entendemos que no podemos malgastar el tiempo en las ofensas de los otros. Solamente deberíamos tomarnos el tiempo para vivir, disfrutar y ser felices. Pero es que tampoco nos damos cuenta de que somos como somos, porque somos humanos, aunque a veces duela y enferme tanto ser personas.