Leyendo a través

Auscultando el papel

Aparecen suavemente unos símbolos

Que dan cota a palabras pacíficas

Usadas en un indeterminado idioma.

Se representan planos generales

Atravesados por cauces inquietos

Que enlazan gradualmente

Un documento impreciso.

Al primer instante de luz

La lectura suena a instrumento

Desafinado. Los modelos de sustitución

No tienen relación con ningún aspecto real.

Pero poco a poco, estos elementos van

Constituyéndose en artísticos

Revelando perfectamente un conjunto

Turgente y apasionado a los sentidos.

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jueves, 25 de noviembre de 2010

"No es Dios de muertos sino de vivos" (Lc 20,27-40).

El máximo enigma de la vida humana es la muerte. Sufrimos con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero el máximo tormento es el de la desaparición perpetua. Resistiéndonos a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. Sin embargo, la semilla de eternidad que llevamos en nosotros, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del humana; la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge del corazón. 
Pero mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, Jesús nos dice que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana nos enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a causa del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación, perdida por el pecado. Dios nos ha llamado y nos llama a adherirnos a Él con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. Cristo resucitado ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte. Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre nuestro destino futuro y el de nuestros queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera.