IV
Cuentan que son pocos los que pueden caminar sin palabras heredadas, solamente con la visión de conjunto y global de una experiencia, con una íntima comprensión no racional de la vida, enajenándose con las palabras a riesgo de caer bajo su cetro, manteniéndose (más allá de juicios, opiniones, ideas y valores) sin-palabra más allá de las diferencias, dejando a la palabra reabsorberse y recrearse a sí misma.
Dicen, que aquel hombre, que solamente había pretendido en un principio jugar con el lenguaje, dedicó todo su vida a descubrir el sentido de aquella palabra y eso le impidió por completo el poder llevar una vida como la que todos llamaban “normal”. Pero siendo ya muy anciano, llegó hasta los mismos límites de la palabra, adentrándose en una especie de éxtasis. Dicen que, en lo más profundo de su ser, le brotaron unas difuminadísimas alas repentinas con las que volvió a realizar nuevas intrusiones en el lenguaje desconocido.
Cuentan que él entendía por normal una vida cuyo transcurso y cuyo fin aceptaba con la humildad de una flor que ofrece sus pétalos al Sol: sin exigir la supervivencia de una supuesta y única identidad personal sino con una paciente respuesta de presencia ante las cosas y el mundo, en las cosas y el mundo. Al parecer alcanzó una íntima comprensión no-racional de la vida y esto se manifestaba en él como un apacible estado al que sólo llegan los auténticos sabios.
¿Qué si encontró el significado de su palabra? pues dicen que, mucho tiempo después de que sucediera lo que acabo de contar, estando ya muy pero que muy viejo, a punto de exhalar el desnudado cuerpo su último aliento, en la enorme estepa abigarrada y muda de su postrer sueño, el sabio, más allá de los contrarios ser y no-ser, vivir y morir, ying y yang, sobre las olas de arena sin sentido, llegando a las entrañas donde se encuentra la mismísima fuente de la vida, conquistó la felicidad.
