Parece sencillamente un día como cualquier otro, donde se realizan las mismas tareas que tenemos marcadas proseguir, jornada tras jornada. Nos subimos a la cinta transportadora y nos lleva de forma automática hacia las diversas paradas donde llegan monótonamente las fracciones del reloj: me asomo al ventanal para ver salir el sol y pienso: “hoy no es un día como los demás, más tarde, daré un paseo, si hace buen tiempo.
Ya huele Sevilla a Semana Santa y a azahar, como cada primavera. Ya se va vistiendo poco a poco, el campo de la feria con sus mejores galas, como cada primavera”.
He caminado durante bastante tiempo a lo largo de dos o tres kilómetros y , sin darme cuenta me he parado para mirar atrás, a fin de comprobar hasta dónde había llegado. Por primera vez en mucho tiempo he sentido la fortaleza de mis piernas y de mis latidos, la agudeza de mis oídos, el sabor de mis emociones y el calor de mi corazón. Y por primera vez en mucho tiempo, he sentido que no estoy aislada en absoluto, quizás insegura o vacilante, pero enérgica, imperturbable, y valiente, como cada primavera.