Cuando, considerando demasiado duro su lenguaje, muchos de sus discípulos lo abandonaron, Jesús preguntó a los pocos que habían quedado: «¿También vosotros queréis marcharos?», le respondió Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 67-68). Y optaron por permanecer con él. Se quedaron porque el Maestro tenía palabras de vida eterna, palabras que, mientras prometían la eternidad, daban pleno sentido a la vida.

Estos interrogantes no son sino la expresión de la nostalgia de infinito sembrada por Dios mismo en el interior de cada uno de nosotros. Así pues, con sentido del deber y del sacrificio se debe caminar por las sendas de la conversión, del compromiso, de la búsqueda, del trabajo, del voluntariado, del diálogo, del respeto a todos, sin rendiros ante los fracasos, conscientes de que nuestra fuerza está en el Señor, que nos guía con amor, dispuesto a acogernos de nuevo como al hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-24).