Leyendo a través

Auscultando el papel

Aparecen suavemente unos símbolos

Que dan cota a palabras pacíficas

Usadas en un indeterminado idioma.

Se representan planos generales

Atravesados por cauces inquietos

Que enlazan gradualmente

Un documento impreciso.

Al primer instante de luz

La lectura suena a instrumento

Desafinado. Los modelos de sustitución

No tienen relación con ningún aspecto real.

Pero poco a poco, estos elementos van

Constituyéndose en artísticos

Revelando perfectamente un conjunto

Turgente y apasionado a los sentidos.

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viernes, 7 de enero de 2011

La Creación: regalo de Dios

 Si en los tres primeros capítulos del Génesis pretendemos buscar una explicación científica sobre el origen del mundo, entraremos en conflicto con la ciencia, pues estas narraciones, escritas hace tres mil años, no pretenden eso.
Hay que encontrarse en ellas con su sentido religioso profundo y válido para hallar una respuesta religiosa a la pregunta ¿Es Dios Padre de todos los hombres?
 En un principio, la Tierra estaba desnuda de vegetación y de vida. Dios crea al hombre y crea Para él el Paraíso y los animales. Todas las cosas son creadas en función suya: es el hombre quien pone nombre a todas las cosas que han sido hechas para él. Por eso, dios es Padre de todos nosotros.
 En lo más profundo de su ser, el hombre se siente dominado por la convicción de que el Cosmos surgió de algo más que de la ciega casualidad.  Rechacemos como puramente imaginaria la idea de Dios modelando el mundo en seis días. Aceptemos la idea de la evolución con su doctrina científica de las causas naturales,  y todavía nos encontraremos ante el mismo misterio. Nada proviene de la nada
 En verdad, en toda la investigación científica de la Naturaleza y en los fines de estos maravillosos procesos, no pueden hallarse bases firmes para negar la supremacía de Dios.
 Por el contrario, ese examen nos lleva a admitir que en la creación primordial, en la razón de ser del universo y en el funcionamiento de las leyes naturales hay, ha habido y habrá siempre un Ser Supremo.

 Es solo nuestra luz interior la que puede mostrarnos a Dios. Porque en última instancia, razonemos como razonemos, no nos es posible siquiera raspar la superficie de lo infinito. La revelación de Dios nos nace del corazón. Pensemos como pensemos, hagamos lo que hagamos, queramos o no queramos, somos hijos de Dios, nos está esperando y solo se necesita una palabra de fe para llegar hasta Él.

 La existencia de Dios no puede probarse como se prueba una ecuación matemática. Hay que detenerse a considerar ese universo físico que nos envuelve, sus misterios y sus maravillas, el orden que lo rige, su inmensidad que a veces infunde un pavor reverencial, y no podremos escapar a la noción de que la primera causa de todo es un Ser Creador.