Leyendo a través

Auscultando el papel

Aparecen suavemente unos símbolos

Que dan cota a palabras pacíficas

Usadas en un indeterminado idioma.

Se representan planos generales

Atravesados por cauces inquietos

Que enlazan gradualmente

Un documento impreciso.

Al primer instante de luz

La lectura suena a instrumento

Desafinado. Los modelos de sustitución

No tienen relación con ningún aspecto real.

Pero poco a poco, estos elementos van

Constituyéndose en artísticos

Revelando perfectamente un conjunto

Turgente y apasionado a los sentidos.

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domingo, 19 de diciembre de 2010

"... Y le puso por nombre Jesús" (Lc 2,7.21).


  El nombre dado a una persona era de importancia vital en la antigüedad, venía a ser algo  así como su esencia, “su yo”; allí donde estaba el nombre estaba la persona (Dt 12, 5). Lo que no tuviera nombre simplemente no existía (Ecl 6, 10).
 Un hombre “sin nombre” era insignificante (Job 30, 8). El nombre implicaba, además, la misión encomendada a una persona y, si este no se correspondía con la misión, “otro nombre” le era impuesto.
 En este contexto cultural el nombre “Jesús”, en palabras de San Bernardo, no lleva un nombre vacío o inadecuado. El nombre anunciado por el ángel expresaba la misión salvífica que el Hijo de Dios hecho hombre debería realizar y señalaba su cometido: “…le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará al pueblo de sus pecados” (Mt 1,21).
“Jesús” es la forma latinizada del griego “Iesous”, término con el que Cristo es identificado en el Nuevo Testamento, significa: “Yahveh salva". Cristo es el “título” con el cual Jesús se menciona mil 514 veces en el Nuevo Testamento. La palabra “Cristo”, es el equivalente griego de la palabra hebrea “Mesías”, que significa “Ungido”. En la Ley antigua, a los sacerdotes y reyes se les llamaba cristos a causa de la crismación. Por esta unción a Cristo en persona y a los que participan de la misma gracia espiritual, se les llama 'cristianos'.
 Con el nombre “Jesucristo” se identifica, pues, a Aquel que hilvana la Antigua y la Nueva Alianza. El que fue prometido y esperado como Mesías, como Cristo, como “El Ungido”, consuma la obra de la redención como Jesús, como "El Salvador".
 En nombre de este “Nombre que está sobre todo nombre”, se acoge (Mt 18, 5), se hacen milagros (Mt 7, 22), se ora (Jn 14,13), se envía (Jn 14, 26)…, invocando este nombre los cristianos son incorporados por el bautismo a la Iglesia, “cuerpo de Cristo”, comunidad de “ungidos”, y quedan insertados en Aquel cuyo nombre es Santo, Uno en esencia y Trino en personas.
 Por el hecho de ser el Salvador, Cristo puede salvarnos de nuestros pecados; por el hecho de ser sacerdote, nos puede reconciliar con Dios Padre; por el hecho de ser rey, se digna darnos el Reino eterno de su Padre.