Cada Navidad celebramos la encarnación de Dios que se hace niño y que entra en la Historia. Mediante el bautismo, Dios entra dentro de nuestra propia Historia personal y se convierte en centro de la historia de nuestra vida.
Si somos conscientes de esta realidad, tendremos cada día más clara la idea de que Dios es verdaderamente cercano. Cuando rezamos “Padre nuestro, que estás en el Cielo”, el Cielo no es un lugar más allá de las estrellas, sino que es el centro de nuestro corazón, pues mediante el bautismo, Dios establece su morada y se queda a vivir en nosotros.
Así desaparecen los términos incapacidad, soledad y todo lo que nos amenaza, cuando Dios nos ofrece todo lo suyo y asume lo nuestro. Un “admirable intercambio”, dicen los padres de la Iglesia: lo humano se convierte en divino y lo divino en humano.
Cómo cambiaría nuestra vida si fuésemos conscientes de quién mora dentro de nosotros: concédenos, Señor, vivir cada día más conscientes de que Tú moras en nosotros por el Bautismo, nos has hecho hijos tuyos, miembros de tu Iglesia y tu gracia hermosea dentro de nosotros.
Leyendo a través
Auscultando el papel
Aparecen suavemente unos símbolos
Que dan cota a palabras pacíficas
Usadas en un indeterminado idioma.
Se representan planos generales
Atravesados por cauces inquietos
Que enlazan gradualmente
Un documento impreciso.
Al primer instante de luz
La lectura suena a instrumento
Desafinado. Los modelos de sustitución
No tienen relación con ningún aspecto real.
Pero poco a poco, estos elementos van
Constituyéndose en artísticos
Revelando perfectamente un conjunto
Turgente y apasionado a los sentidos.